jueves, 13 de septiembre de 2007

El arco y la flecha

Si bien no hay pruebas de la existencia de Guillermo Tell y su papel durante la independencia de Suiza en el siglo XIV, el hombre de la leyenda cobra vida en el imaginario popular y permite descubrir una realidad histórica.


La odisea de Guillermo Tell

Guillermo Tell, como muchos personajes medievales, representa al héroe que se enfrenta a la autoridad del emperador, a sus vanidades y a su despotismo. La envidia del gobernante frente a las capacidades del arquero dejan en evidencia los valores de la época y el fervor popular que generaban estas actividades, teniendo en cuenta que esta disciplina era la estrategia más importante en los hechos militares de aquellos tiempos luego superada por la caballería.

Es inevitable recordar a Odiseo –también llamado Ulises- quien recobra el trono debajo de los harapos de un falso mendigo en su propio palacio dando un espectáculo de puntería sin igual frente a sus adversarios que tanto codiciaban a la fiel Penélope.

Guillermo Tell exhibe descaradamente su rebeldía frente la autoridad cuando no reverencia un palo con un sombrero que simbolizaba tiránicamente a la máxima autoridad del imperio en el espacio público donde todo era visto: la plaza. Este suizo no cae inocentemente en manos de los guardias. Busca ese destino.

Sus enemigos redoblan la apuesta y lo enfrentan a una disyuntiva que se transforma en una situación límite con su hijo. En la historia de la humanidad, o mejor dicho de la deshumanización, todos sabemos que el “talón de Aquiles” de un hombre cabal es la posibilidad de que la vida de sus hijos corran peligro. El sadismo de los guardias tal vez consista en que el riesgo de Walter depende de la puntería de su progenitor y que el éxito se base, como ironía trágica, en no dar en un blanco humano sino en la manzana que apoyarán en la cabeza del niño.

Por lo tanto, es comprensible que Guillermo Tell dude y se revele entonces su profunda humanidad. Sin duda, no es omnipotente; puede fallar. Como otros personajes de las leyendas septentrionales, el arquero suizo duda –como Hamlet- a diferencia del héroe impulsivo latino. Tell se detiene y reflexiona. Suspende por un momento la respuesta que podría partir de su honor y de la confianza en sus habilidades y plantea como un jugador de ajedrez otra alternativa: entregar su propia vida.

Sin embargo el gobernador en un diálogo rápido y cargado de abuso de poder le niega esa posibilidad con la concisa frase: “No quiero tu vida: quiero que dispares la flecha”.

Ante semejante desafío Guillermo Tell se recompone y recupera rápidamente la valentía, la serenidad y la decisión. La confianza de su hijo sosteniendo la manzana termina de fortalecerlo. Es en este momento cuando Tell alcanza la categoría heroica y es muy probable que en el imaginario colectivo todos los conocedores de esta leyenda tengan la percepción de un tiempo subjetivo en donde el momento previo al lanzamiento se hace eterno.

En la versión de Federico Schiller este clima es descripto con exquisita sencillez: “Tell, absolutamente seguro de sí mismo, tensó la cuerda de su arma y disparó. La flecha atravesó silbando el espacio”. Este acto no se realiza a puertas cerradas y el gobernador no vislumbra que está creando con su desafío una figura legendaria. Comete un error: le permite al pueblo ser partícipe de lo que equivocadamente cree que será una tragedia ejemplificadora. El supuesto castigo se convierte en victoria: “Los corazones de los presentes latían con fuerza y todos siguieron con emoción y expectativa el camino de la flecha. La manzana había sido alcanzada certeramente sin que el pequeño Walter sufriera daño alguno”.

El plebeyo -cuya irreverencia inicial había sido un acto estrictamente individual- toma una dimensión colectiva y encabeza la lucha contra el tirano cuyo nombre la historia desconoce mientras que Guillermo Tell ingresa para siempre en la memoria universal.


C. P.

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