miércoles, 30 de julio de 2008

EL GORDO Y EL FLACO

Ver así a Charly no le gusta a nadie, aunque algunos digan que si, que ya era hora de que lo internen. En el fondo saben que “su corazón dice otra cosa”. Cuando se escucha su música, sus letras, aquellas que sonaron por los setenta con Sui Generis, más tarde con Serú Girán y en los noventa con sus discazos como solista, uno no puede de dejar de sentir lo que se siente por un ídolo nacional como lo es el señor Carlos Albero García Moreno.
La delicada situación de Charly es un proceso lento y progresivo. Su salud mental y física viene en deterioro desde hace varios años, y eso generó que aquel que fue intocable hace un tiempo por los medios y la sociedad se convirtiese más tarde en uno de los músicos/artistas más criticados de los últimos años.
A Maradona le pasó algo similar, pero cuando el Diego estuvo al borde la gente se reconcilió con el diez. Todos hablaron de él y muchos, casi la mayoría, olvidaron sus historias negras con la cocaína, su relación con Menem o sus comentarios sobre temas tan ajenos a él como la guerra en Irak o la Revolución Cubana.
Ver sus gambetas, sus goles, sus heroicos triunfos. Sus fotos junto a sus hijas, su familia. Verlo vestir la camiseta de la selección, la de Boca. Besar la copa en el 86, los goles a los ingleses. Todo hizo que lo miremos con los ojos que lo tendríamos que haber mirado siempre, con los ojos con los que se mira a un ídolo, que en este caso jugaba a la pelota como nadie en el universo. Ahí todos entendimos que era un tipo enfermo atado a una adicción que no podía superar, y todos queríamos que se recupere.
Nos amigamos con él, suspiramos cuando salió, celebramos cuando se reía y volvía a dominar pelotitas de golf en Cuba. Lo miramos en la tele en La noche del Diez sin poder creer que hacía solo unos meses había estado a punto de tocar el arpa.
Después pasó el tiempo y Maradona volvió a ser el mismo. Volvieron las sospechas de siempre y sus comentarios sobre temas ajenos. Por suerte no volvió a estar al lado del Carlos. Pero su enfermedad curó la reprobación de la gente, al menos por un tiempo.
Tal vez con Charly pase lo mismo. Volverán a escucharse sus temas por las radios. Pasarán imágenes de aquel flaco de bigote bicolor con una guitarrita en la mano cantando contra la represión junto a jóvenes de barba que hoy ganan Oscares. Enseñándole a Migue aquellos temas que todavía hoy suenan en todos los fogones y ahí comprenderemos lo que es Charly, lo que es un ídolo, y después todos celebraremos con él su recuperación, y quien lo sabe, lo miraremos conduciendo un programa de rock por canal trece o patinando por un sueño a todo color.

Amilcar Burgos